viernes, 20 de junio de 2008

PRONÓSTICO SUICIDA


Está lejos la noche; como que duerme sin alas, rotunda, donde no hay sitio abierto a las nostalgias. Lejos, tan lejos que no es posible deshacerle su estruendo, duerme sin sueño y en espera. Qué suerte la del pobre, la del viento tardío; qué magia la que salva al solitario; qué música esta la de la noche afuera, distante, a solo un pestañear.
(Quédense con nosotros pajaritos de plomo
no nos roben la luna imaginaria
no nos quemen el fuego de nuestro día. No,
pajaritos de ayeres
no se vayan así de solos que es muy tarde
y alguna luz habrá.)
¿O está lejos la noche? ¿Lejos estará el tiempo del buenos días, del beso en los dos ojos, de la mano crecida como un río de mayo? ¿O es otro cuento el horizonte? Vaya usted a saber.

Entre nosotros y la distancia hay una gran distancia. Apenas somos dueños de un espejo suicida y de cuatro paredes: de una danza borracha alrededor y en ese espacio ni la menor rendija.

Pero algo reta nuestros ojos abiertos.
O algo crece al alcance de otros ojos abiertos.
O algo tibio y virgen, casi una puerta
o un prisma o un rumor está a punto de abrirse.
Y nosotros, ahí mismo,
posiblemente ciegos de tanto adivinar,
muertos de vida, amándonos,
a un segundo después de tanto y tanto abismo.

domingo, 15 de junio de 2008

ELOGIO DE LA PALABRA


La palabra es lo de menos;
poca cosa cuando por ejemplo,
se es mudo
o propenso a la ronquera
a perder la voz con el primer norte.
Nada es la palabra
cuando se es sordo
es decir,
incapaz de escucharse uno mismo
sin oídos para oír
o se tiene complejo de perro a conveniencia.
O cuando el vecino más próximo
padece o disfruta
semejantes cotidianas virtudes.

Porque hace falta
un corazón que escuche
y por lo menos una mitad de corazón
que nos responda.
Una respuesta mínima
en dialecto tal vez
pero a tiempo
para saber que existe
algo
más allá o más acá
del aburrido idioma oficial
a que nos confinaron de pequeños.

Es poca cosa la palabra
cuando no se tiene la libertad de usarla,
o sea, cuando no se puede callar, decir que no,
o rajar hasta del Papa.
Y cuando no se tienen, por supuesto,
una tribuna
y cuatro gatos dispuestos a maullar
en desacuerdo.

Porque encima de todo, ahí está el tiempo.
La palabra no es nada frente al tiempo.

Un día va y le dicen que sí
que puede hablar
y usted piensa cree está seguro
que es mentira
que es una trampa más,
que no le van a escuchar sino
como se escucha a alguien que va a morir,
y usted se vuelve mudo o sordo
que es lo mismo.
Porque está convencido de que la palabra
es lo de menos
o porque reconoce sus escasas
posibilidades histriónicas
o porque es pesimista
o porque no tiene ya nada que decir
o porque se niega a repetir
una vez más
como un tambor lo mismo.