domingo, 17 de junio de 2007

CRÓNICA DESPUÉS DEL PRIMER DILUVIO

Génesis, Capítulo 8

Cuando enviamos la paloma por primera vez
la tierra era agua reciente, imantada,
de espejos en ángulo letal.
No encontró sino escasa posibilidad de mensaje
y pronto estuvo de vuelta en nuestras manos,
abultado el prodigio de su memoria por el sol
y el bromo disperso del vuelo inaugural.

La segunda ocasión, que pudo ser al otro día,
qué líneas de fuerza la llevaron, y adónde:
con la tarde aguamarina estuvo de regreso
y el pico era promesa de aceituna.
Tanto nos acostumbramos al bálsamo
que a la mañana, con esperanza del agua ida
le hicimos de nuevo a la aventura.
Y no volvió a nosotros. No hacía falta.

Sabemos de ella cuando las aguas suben
y casca el cielo aliabierta con brújula precisa.

No perdimos sin embargo la costumbre del mundo
y a diario ponemos mensajeras a soñar
el adorable campo magnético terrestre.
Y a más de las aves que llegan y anidan sus noticias,
aquí estamos nosotros.
No palomas congeladas en nitrógeno líquido
no sol memorizado
no cuervos
no habitantes casuales del arca:
hombres,
sencillamente,
y por si acaso.