domingo, 15 de junio de 2008

ELOGIO DE LA PALABRA


La palabra es lo de menos;
poca cosa cuando por ejemplo,
se es mudo
o propenso a la ronquera
a perder la voz con el primer norte.
Nada es la palabra
cuando se es sordo
es decir,
incapaz de escucharse uno mismo
sin oídos para oír
o se tiene complejo de perro a conveniencia.
O cuando el vecino más próximo
padece o disfruta
semejantes cotidianas virtudes.

Porque hace falta
un corazón que escuche
y por lo menos una mitad de corazón
que nos responda.
Una respuesta mínima
en dialecto tal vez
pero a tiempo
para saber que existe
algo
más allá o más acá
del aburrido idioma oficial
a que nos confinaron de pequeños.

Es poca cosa la palabra
cuando no se tiene la libertad de usarla,
o sea, cuando no se puede callar, decir que no,
o rajar hasta del Papa.
Y cuando no se tienen, por supuesto,
una tribuna
y cuatro gatos dispuestos a maullar
en desacuerdo.

Porque encima de todo, ahí está el tiempo.
La palabra no es nada frente al tiempo.

Un día va y le dicen que sí
que puede hablar
y usted piensa cree está seguro
que es mentira
que es una trampa más,
que no le van a escuchar sino
como se escucha a alguien que va a morir,
y usted se vuelve mudo o sordo
que es lo mismo.
Porque está convencido de que la palabra
es lo de menos
o porque reconoce sus escasas
posibilidades histriónicas
o porque es pesimista
o porque no tiene ya nada que decir
o porque se niega a repetir
una vez más
como un tambor lo mismo.

1 comentario:

helena bicova dijo...

Si, este texto me gusta.