sábado, 18 de noviembre de 2006
DE LAS CARTAS
(A mis hermanos, especialmente a Julio)
Mami es una estación de trenes muertos,
música innata, un animal de Libro Rojo.
La llevamos a cuestas por encargo
radiantes por el peso,
por no ser más que hijos
y de conocerle sus gustos y manías.
Pero tengo el capricho de no poder saldar
con ella ciertas deudas.
Lo he pensado mil veces:
mami debía ser algo más que un recodo
y juego de familia.
Un día sin aviso previo
o por mueca del hipócrita telegrama sabido
regresamos a casa.
Cada cual desde su reino apagado
su muerte lenta, su vida, su egoísmo.
Habrá gente en el portal, como nunca sospechamos,
y ni el perro saldrá a recibirnos igual.
Lamentaremos, además, los lagrimones del reencuentro
acostumbrados a opacarlos con jaranas[1]. Y será tarde.
Ella estará vencida y convencida por esperas
y nosotros seremos presas del insomnio.
Será tarde y poco agradecido.
¿Por qué no la tomamos como a un compañero
le enseñamos el mapa:
las artimañas suyas, las que hicimos nosotros?
Ella no es un recuerdo;
y no tenemos derecho a hacerla ciega.
Lo he pensado hasta el asco.
Pero eso no libera de ningún compromiso.
Para mí es un gorrión desorientado en la ciudad.
Y tú y yo somos otros, tan ausentes de madre
como posible a veintitantos años
y abismos de por medio.
Te propongo no esperar el aviso
y volvernos a casa. Ahora, lo más pronto.
En estos días maduran las guayabas.
Mamá estará esperándonos con la cesta de siempre:
coman, que tienen vitaminas;
pero no muchas, porque después no almuerzan.
[1] jarana: (Cuba) Broma, chiste.
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