Arriba, como a punto de irse y ser una metáfora
o un anillo de Einstein
lo único alcanzable para todos:
el cielo, con aviones sin rumbo
y pájaros mediocres que regresan
y amarillos casuales y juguetes.
(Sobra el disparo; sobran las brujas que ascienden
desde cada discurso,
las noches de tormenta y las banderas).
Casi al centro una línea quebrada:
un temblor para que no naufraguen los deseos,
para que asciendan al agua de seguir vivos
el más allá y el infinito y toda fe.
(Los barcos de papel ya tienen puerto
y aún la tierra se parece a una pera).
Más abajo alguien se traga el agua y la devuelve;
y hay compases que recuerdan la ola
y el accidente de la orilla;
todavía se aburre una pelota
y el olor es de cuerpos desnudos
en espera del sol.
(Olvido los dioses, los turistas
la desesperación del salvavidas, y el guardián.
Olvido los que se van o los que llegan,
porque no alcanza el lienzo para tanto desdén.
Y porque es mío el lienzo.
Y porque olvido los límites entre uno y otro verde).
Inocente, me deshago del tiempo:
ignoro quién me despertará cuando despierte:
si una luna o un astro de Miró
o un frente frío, la insolación,
o un policía triste o una garza.
Ignoro si todavía tendré espacio
para la magia de una garza.
Pero voy a pensarla como nunca
desde mi único escondite:
desde el mundo ignorado de la firma.
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